EJEMPLOS DE FE | ELÍAS
Elías camina por el valle del Jordán. Viene del sur,del lejano monte Horeb. Lleva semanas viajando, pero al fin ha llegado a su país, Israel. Ha habido muchos cambios: los efectos de la larga sequía están desvaneciéndose y las suaves lluvias otoñales han comenzado, por lo que los campesinos están arando sus campos. De seguro, al profeta lo alivia ver que la tierra se está recuperando, pero lo que más le preocupa es el pueblo. La espiritualidad de la gente deja mucho que desear y la adoración de Baal continúa muy extendida. Elías tiene mucho trabajo por delante.
Cerca del pueblo de Abel-meholá, Elías observa una gran obra de cultivo. Doce yuntas de bueyes en línea están formando surcos paralelos en la tierra reblandecida. El conductor de la última yunta es el hombre al que Elías está buscando: Eliseo, el elegido de Jehová para sustituirlo. Tiempo atrás, el profeta había pensado que era el único siervo de Dios que quedaba, así que debe de estar ansioso por conocer a su sucesor (1 Reyes 18:22; 19:14-19).
¿Se habría sentido Elías inseguro por tener que delegar parte de sus obligaciones o por la perspectiva de ser reemplazado? No lo sabemos, pero tampoco podemos afirmar que no hayan cruzado por su mente esos pensamientos. Después de todo, era un “hombre de sentimientos semejan- Jehová provocó una sequía de tres años y medio para mostrar la impotencia de Baal, a quien los israelitas consideraban el dios de la lluvia y la fertilidad (1 Reyes, capítulo 18). Vea los artículos de “Ejemplos de fe” del 1 de enero y 1 de abril de 2008 de La Atalaya. tes a los nuestros” (Santiago 5:17). En cualquier caso, la Biblia dice que fue “a donde [Eliseo] y echó sobre él su prenda de vestir oficial” (1 Reyes 19:19). Esta prenda —probablemente de piel
de oveja o de cabra— era una especie de capa que representaba la comisión especial que Elías había recibido de Jehová, de modo que el acto de ponérsela sobre los hombros a Eliseo estaba lleno de simbolismo. Elías cumplió con gusto la orden de Jehová de nombrar un sucesor. Confió en él y lo obedeció.
Por su parte, Eliseo estaba ansioso por servir al profeta. Desde luego, no ocupó su lugar de inmediato. Pasó unos seis años acompañándolo y asistiéndolo humildemente, al punto que se lo conocía como el que “derramaba agua sobre las manos de Elías” (2 Reyes 3:11). ¡Qué reconfortante debió de ser contar con un ayudante tan capaz y servicial! De seguro se hicieron amigos. El ánimo mutuo les dio fuerzas para resistir a pesar de las terribles injusticias que se cometían a diario en Israel y, en particular, la maldad del rey Acab,
que iba de mal en peor.
¿Alguna vez ha sufrido usted una injusticia? En este mundo corrupto, eso es de lo más común. Conseguir un amigo que ame a Dios lo ayudará a aguantar. Además, meditar en la fe de Elías lo ayudará a enfrentarse a las injusticias.
“LEVÁNTATE, BAJA AL ENCUENTRO DE ACAB”
Elías y Eliseo se esforzaron por fortalecer la espiritualidad del pueblo. Al parecer, se encargaron de capacitar a otros profetas, para lo cual es posible que los hayan organizado en algún tipo de escuela. Pasado un tiempo, Elías recibió una nueva comisión de Jehová: “Levántate, baja al encuentro de Acab el rey de Israel”, le ordenó (1 Reyes 21:18). ¿Qué había hecho el monarca?
Acab se había vuelto apóstata, el peor de los reyes de Israel hasta ese momento. Se había casado con Jezabel, quien promovió el culto a Baal en el país. El rey mismo participó en la idolatría (1 Reyes 16:31-33). El baalismo incluía ritos de fertilidad y prostitución, y hasta sacrificios de niños. Además, Acab había desobedecido recientemente la orden de Jehová de ejecutar al malvado rey sirio Ben-hadad, seguramente por intereses económicos (1 Reyes, capítulo 20). Pero la codicia y la violencia del rey y su esposa alcanzarían niveles insospechados.
Acab tenía un imponente palacio en Samaria y otro en Jezreel, a 37 kilómetros (23 millas) de distancia. Junto a esta segunda residencia había un hermoso viñedo que pertenecía a un hombre llamado Nabot. El rey quería la propiedad, por lo que habló con él y le pidió que se la diera a cambio de otra mejor o de dinero. Nabot respondió: “Es inconcebible por mi parte, desde el punto de vista de Jehová, que yo te dé la posesión
hereditaria de mis antepasados” (1 Reyes 21:3). Hay quien piensa que Nabot fue terco y temerario. Pero en realidad estaba obedeciendo la Ley de Jehová, que prohibía la venta definitiva de la herencia familiar (Levítico 25:23-28). Para Nabot era inconcebible violar las leyes de Dios. Además, requirió fe y valor, pues sabía el riesgo que significaba no acceder a la petición del rey.
A Acab, por supuesto, lo tenía sin cuidado la Ley de Jehová. Se marchó a su palacio, “sombrío y decaído” por no haber podido salirse con la suya. “Entonces se acostó sobre su lecho y mantuvo su rostro vuelto, y no comió.” (1 Reyes 21:4.) Cuando Jezabel vio a su marido haciendo ese berrinche como si fuera un niño malcriado, tejió una trampa para conseguirle lo que quería y, de paso, destruir a una familia justa.
Es difícil leer sobre su plan sin estremecerse ante tal crueldad. La reina Jezabel sabía que la Ley de Dios exigía un mínimo de dos testigos para darle validez a una acusación grave (Deuteronomio 19:15). Así que, en nombre de Acab, envió cartas a los ancianos de Jezreel pidiéndoles que consiguieran dos hombres que estuvieran dispuestos a acusar a Nabot de blasfemia, delito que se penaba con la muerte. Su plan funcionó
a la perfección. Dos “individuos que no servían para nada” declararon en falso contra Nabot, y este fue apedreado. Pero no solo eso: ¡sus hijos también fueron asesinados! (1 Reyes 21:5-14; Levítico 24:16; 2 Reyes 9:26.)* Como vemos, Acab le cedió el papel de cabeza de familia a su esposa, la dejó a rienda suelta y ella destruyó a aquellos inocentes.
Imagínese lo que sintió Elías cuando Jehová le reveló lo que habían hecho el rey y la reina. Puede ser muy abrumador ver a los malos aplastar a la gente buena (Salmo 73:3-5, 12, 13). Hoy día a menudo se observan espantosas injusticias, a veces incluso cometidas por individuos poderosos que dicen representar a Dios. Pero este relato nos infunde aliento, pues nos recuerda que no hay nada que esté oculto a Jehová. Él lo ve todo (Hebreos 4:13). ¿Y cómo reacciona al ver el mal?
“HAS VUELTO A ENCONTRARME, ENEMIGO MÍO”
Las palabras de Acab reflejaron su insensatez por dos razones. En primer lugar, al decirle a Elías “Has vuelto a encontrarme”, demostró su ceguera espiritual. Jehová ya lo había encontrado. Lo había visto hacer algo malo a sabiendas y alegrarse por el resultado del malvado plan de su esposa. Dios examinó su corazón y vio que el amor a lo material había eclipsado todo sentido de compasión y justicia. En segundo lugar, al decirle a Elías “enemigo mío”, demostró que odiaba a un hombre que era amigo de Jehová, un hombre
que hubiera podido ayudarlo a volverse de su mal camino.
Tenemos mucho que aprender de la insensatez de Acab. Nunca debemos olvidar que Jehová lo ve todo. Él es nuestro Padre y nos ama. Por eso desea de corazón que retomemos el buen camino si nos hemos desviado de él. Nos ayuda por medio de sus amigos, hombres fieles como Elías a quienes utiliza para transmitir sus palabras. Sería un grave error verlos como enemigos (Salmo 141:5).
Elías le dijo a Acab: “Te he hallado”. Él sabía la clase de persona que era el rey: un ladrón, un asesino y un rebelde. ¡Cuánto valor demostró el profeta al hacerle frente a un hombre tan perverso! A continuación, Elías le informó a Acab la sentencia divina. Jehová había visto que la maldad de la familia de Acab estaba infectando a la nación, así que había decidido barrerlos a todos. Y en cuanto a Jezabel, ella también recibiría su merecido (1 Reyes 21:20-26).
Elías no creía que la gente puede hacer cosas malas y salirse con la suya. Hoy día es fácil pensar así. No obstante, este relato de la Biblia nos recuerda que Jehová lo ve todo y que siempre hace justicia en el momento preciso. Su Palabra nos asegura que llegará el día en que pondrá fin a la injusticia de una vez por todas (Salmo 37:10, 11). Pero quizás alguien se pregunte: “¿Es inflexible Dios al juzgar, o puede mostrar misericordia?”.
“¿HAS VISTO CÓMO SE HA HUMILLADO ACAB?”
El relato continúa: “Luego que Acab oyó estas palabras, procedió a rasgar sus prendas de vestir y a ponerse saco sobre la carne; y emprendió un ayuno y siguió acostándose en saco y andando desalentadamente” (1 Reyes 21:27). Es probable que esta reacción haya sorprendido a Elías. ¿Se habría arrepentido el rey?
Por lo menos podemos decir que dio pasos en la dirección correcta. Acab se humilló, lo cual no debió de ser fácil para un hombre tan orgulloso y arrogante como él. ¿Pero fue sincero? Para responder, veamos el caso de un rey posterior que al parecer superó a Acab en maldad: Manasés. Cuando Jehová castigó a Manasés, este se humilló y le suplicó su ayuda. Pero no se detuvo allí. Le dio un giro de 180 grados a su vida, destruyó los ídolos que había fabricado, se esforzó por servir a Jehová e incluso animó al pueblo a seguir su ejemplo (2 Crónicas 33:1-17). ¿Reaccionó de igual modo Acab? Lamentablemente no.
Jehová observó la reacción de Acab. Por eso le dijo a Elías: “¿Has visto cómo se ha humillado Acab a causa demí? Por razón de que se ha humillado a causa demí, no traeré la calamidad en sus propios días. En los días de su hijo traeré la calamidad sobre su casa” (1 Reyes 21:29). ¿Estaba perdonando Jehová al rey? No. Solo si realmente se hubiera arrepentido habría sido digno de su misericordia (Ezequiel 33:14-16). Pero como por lo menos mostró cierto grado de pesar, Jehová le mostró cierto grado de compasión. El rey no sufriría el espantoso trauma de ver aniquilada a su familia entera.
Lo que no cambió fue el veredicto de Jehová contra el propio Acab. Alos pocos días, Dios consultó con sus ángeles la mejor manera de engañarlo para que participara en una batalla que le costaría la vida. Poco después se ejecutó la sentencia; Acab fue herido en batalla y murió desangrado en su carruaje. El relato ofrece este crudo detalle: cuando se lavó el carruaje real, unos perros se acercaron y lamieron la sangre del rey. Las palabras de Jehová que Elías le transmitió a Acab se cumplieron a la vista de todos: “En el lugar donde los perros lamieron la sangre de Nabot, los perros lamerán tu sangre” (1 Reyes 21:19; 22:19-22, 34-38).
Para Elías, Eliseo y los demás siervos fieles de Dios, el final de Acab es un tranquilizador recordatorio de que Jehová no olvidó el valor y la fe de Nabot. Puede ser más tarde o más temprano, pero el Dios de la justicia nunca deja sin castigo a los malos. También es consolador saber que, si el caso lo amerita, su misericordia lo mueve a reducir la severidad del castigo (Números 14:18). ¡Qué valiosa lección para Elías, un hombre que tuvo que soportar por décadas la tiranía de un rey perverso! ¿Ha sido usted víctima de alguna injusticia? ¿Le gustaría que Dios interviniera? Pues imite el ejemplo de Elías, quien siguió proclamando junto con su fiel compañero, Eliseo, los mensajes de Dios y se mantuvo firme ante la injusticia.
*Es posible que Jezabel haya tramado el asesinato de los hijos de Nabot para asegurarse de que no heredaran la viña.
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